Capítulo 4. Arlet
“No sé si habéis
visto llorar alguna vez a un ángel. Si no es así, es una experiencia que no os
recomiendo. Las lágrimas de un ángel son más perturbadoras que la risa de un
demonio.”
Laura
Gallego García
Evar se sintió
mucho mejor tras adoptar su forma demoníaca y sobrevolar los cielos cálidos del
infierno. Sintió el ardiente humo que desprendían los volcanes de la Sierra de Ceniza
en la piel y el olor intenso y cargado del fuego y la sangre. Vislumbró a
Damián justo en el lugar que él había ocupado hacía poco como vigilante, y le
saludó con un movimiento de cabeza al que el Nefilim le respondió con otro
idéntico.
Fue más allá de
las Laderas de los Gritos, los Acantilados de los Encadenados y los picos de
las Montañas Tortuosas, hasta llegar al Lago de Sangre, en cuyo centro se
alzaba el Palacio de Ébano donde moraba Lucifer.
En vez de entrar
por la puerta principal, dio un rodeo y buscó la ventana del despacho del
Diablo. Este era en realidad una gran biblioteca, cuyas paredes estaban
recubiertas de estanterías llenas de libros de todo tipo. El techo era una
hermosa pintura de ángeles caídos que tocaban distintos instrumentos.
Evar encontró a
Lucifer recostado en un sillón de cuero negro tras una gran mesa ovalada que
estaba despejada. A los pies de esta, vio a un lobo negro tumbado con cola de
serpiente que alzó las orejas al verle y cuyos grandes ojos amarillos brillaron
al verle.
A pesar de que
Evar le sacaba más de metro y medio de altura, inclinó respetuosamente la
cabeza.
—Amón.
El demonio le
devolvió el gesto.
—Evaristo.
Lucifer alzó una
mano.
—¿Hola? Yo también
estoy aquí, ¿a mí no me saludas?
Evar soltó un
gruñido y le miró.
—No vas a aceptar
ese trato con Hera.
Tanto el Diablo
como Amón se quedaron sorprendidos. Se miraron un momento de una forma que Evar
no logró identificar antes de volver a dirigirse a él.
—¿A qué viene esa
negativa tan firme? —interrogó Lucifer con aire pensativo.
—No me fío de
Hera, y Nico tampoco.
—Todos los Nefilim
me habéis dicho lo mismo. Sin embargo, Amón ha visto el futuro y dice que Hera
cumplirá su parte del trato si yo le entrego a Dariel. —Hizo una pausa al mismo
tiempo que contemplaba a Evar con los ojos entrecerrados—. La verdad es que
deseo librarme de ese control que tiene Dios sobre mí. Sería agradable salir
del infierno y enseñarle mi culo desde el mundo humano.
Sí, eso
significaría una victoria para Lucifer, pero también supondría la muerte de
Dariel. Evar no podía permitirlo. Ese hombre no tenía nada que ver ni con que
Zeus fuera un mujeriego ni con la guerra contra Dios. No tenía por qué morir.
Su cuerpo y su mente se rebelaban contra esa idea.
—Lucifer, no lo
hagas —dijo en un tono de voz bajo, casi suplicante.
El Diablo alzó las
cejas ante su extraña petición. Lo miró fijamente, pero Evar no pudo sostenerle
la mirada, estaba demasiado avergonzado sin saber por qué… O mejor dicho, no
quería reconocer sus verdaderos motivos como para contradecir las órdenes de
Lucifer.
Esperó que este se
enfadara, pero en vez de eso, el Demonio se levantó, rodeó el escritorio y le
cogió el mentón para poder verle mejor la cara. Evar supo lo que vio por su
expresión horrorizada.
—Evaristo… Otra
vez no…
Él apartó de nuevo
la mirada.
—Lo lamento, pero
sabes que no puedo luchar contra ello.
Lucifer, para la
sorpresa de Evar, se acercó un poco más a él y lo abrazó. Teniendo en cuenta
que estaba en su forma demoníaca, con lo que le sacaba poco menos de media
cabeza al Diablo, la escena resultaba un tanto incómoda, puede que incluso
cómica para algunos. Pero a Evar le pareció un poco reconfortante, aunque
extraña.
—Lo sé, sé que no
puedes evitar esto —dijo con voz atormentada—. Es culpa mía. Tal vez tendría que
haberos despojado de esos deseos pero… Supongo que me pareció demasiado cruel. La
pasión es algo que todos deberíamos experimentar al menos una vez, y siento
mucho que en tu caso no fuera bien.
Evar cerró los
ojos con fuerza al recordar a Arlet. Ya no sentía ningún deseo por ella, pero
el dolor sí seguía ensartado en su corazón como un vil cuchillo que no dejaba
de hurgar en la herida.
Lucifer se apartó
y lo miró a los ojos. Los del Diablo estaban nublados por muchas emociones,
algunas pertenecían al presente pero, muchas otras, eran de su propio pasado.
—No entregaré a
Dariel a Hera, si eso es lo que quieres.
Evar asintió,
agradecido.
—No es solo por
deseo. Dariel… Creo que es un buen hombre. Puede que tenga sangre de ángel,
pero no se parece a ellos.
—Dariel no se ha
criado con los ángeles, por lo que es muy difícil que tenga una fe ciega en
Dios y mucho menos que comparta su forma de pensar y actuar. Eso es bueno…
—Hizo una pausa y continuó, muy serio—. Pero no te confíes. No quiero que
vuelvan a hacerte daño como te lo hizo Arlet.
Evar negó con la
cabeza.
—No estoy
enamorado de él.
—Te creo,
Evaristo, pero de todas formas ten cuidado. Entre el deseo y el amor hay una
línea muy fina. Y, sin quererlo, la rebasamos a menudo. —Lucifer le palmeó el
hombro y esbozó una leve sonrisa torcida—. Regresa con Dariel, tigre. Y dale
como tú sabes.
El Nefilim no pudo
evitar sonreír. Dariel parecía estar dispuesto a entregarse a él, a juzgar por
la forma en que se habían besado y acariciado hacía apenas media hora. Cómo
había disfrutado…
—Una cosa más —le
dijo Lucifer. Él se giró y le miró con una ceja alzada—. Dile a Nico que puede
quedarse a cenar en casa de Dariel bajo la condición de que me traiga una
porción de cada plato que hagan.
Evar sonrió.
—Veo que le conoces
bien.
—Me gusta tener
vida social.
El demonio mostró
sus largos colmillos al ensanchar su sonrisa y después se dirigió al amplio
balcón del despacho. No se lo pensó dos veces en saltar al vacío y remontar el
vuelo para regresar al mundo humano.
Por otro lado,
Lucifer tenía una expresión preocupada en el rostro.
—¿Te arrepientes
de no haber aceptado el trato de Hera? —le preguntó Amón, que no había hecho
ningún comentario durante la conversación de Lucifer con el Nefilim.
El Diablo hizo un
gesto negativo.
—No. Les debo
demasiado a esa raza de demonios como para negarles cualquier cosa que me
pidan. Lo único que me preocupa son los sentimientos de Evar.
Amón esbozó una
leve sonrisa.
—Yo si fuera tú no
me preocuparía tanto.
Al oírle, Lucifer
alzó una ceja.
—¿Qué es lo que
has visto?
El lobo movió
alegremente la cola.
—Que Dariel no es
absoluto como Arlet. Por muy mal que se pongan las cosas, y aunque todo se
vuelva muy negro, confía en esos dos.
Evar apareció en
el salón del piso de Dariel vestido con una sencilla camiseta negra ajustada y
unos vaqueros. Olores desconocidos y agradables inundaron su nariz y, al alzar
la vista, vio que en la mesa había un montón de platos llenos de comida
totalmente desconocida para él.
Unas pisadas desde
la cocina llamaron su atención. Nico y Dariel aparecieron por la puerta con los
brazos repletos de más platos. Se quedaron parados al verle, pero Nico apenas
tardó un segundo en dejar la comida sobre la mesa y acercarse a él.
—¿Cómo ha ido?
Evar sonrió.
—Dariel se queda.
Nico pegó un salto
con un grito alegre y se abrazó a Dariel. Ante esa visión, Evar le lanzó una
mirada fulminante a su compañero quien, al percibir su hostilidad, se apresuró
a apartarse y a colocar bien la mesa. Dariel, por otra parte, dio un paso hacia
él y le dijo en voz baja:
—Gracias.
Él quería
agarrarlo por la cintura y pegarlo a su cuerpo para besarlo, pero Dariel no
parecía estar de mucho humor, así que se limitó a asentir brevemente. Después
de eso, Nico prácticamente lo obligó a sentarse en la mesa y se dedicó a
ponerle delante todos los platos que hubiera a mano. Si no fuera porque ese
Nefilim era el más amable de toda su raza, Evar estaba seguro de que le habría
metido la cabeza de lleno en la comida.
Mientras cenaban y
charlaban, siendo Nico el centro de atención para variar, Evar se percató de
que había algo extraño en Dariel. Parecía distraído y lo miraba constantemente
de reojo para, al instante, apartar la vista de nuevo. Le dio la sensación de
que algo lo incomodaba, que lo inquietaba incluso. Al final, no pudo contenerse
más y le preguntó mentalmente a Nico:
—¿Sabes qué le pasa a Dariel?
Nico seguía
hablando con ambos, pero le respondió sin que Dariel se diera cuenta de que los
dos demonios mantenían una conversación totalmente diferente a las recetas de
cocina.
—Hemos estado hablando un poco y surgió el
tema de las relaciones sexuales de los Nefilim. Una cosa llevó a otra y le
conté un poco lo que sucedió con Arlet.
La mención de ese
nombre hizo que su sangre empezara a hervir. Antes de poder recurrir a su
autocontrol, se levantó bruscamente y le lanzó una mirada furibunda a Nico.
—¿Le has contado
lo de Arlet? —bramó.
Dariel también se
levantó e hizo amago de ir hacia él y defender a Nico, pero este le detuvo con
un gesto de la mano.
—No te acerques,
Dariel. No es bueno estar cerca de un Nefilim cuando está así de enfadado.
Evar sabía que
tenía que tranquilizarse, pero no podía. Los recuerdos de aquel ángel y de las
consecuencias de amarle habían inundado su mente y no podía pensar. Ni siquiera
fue consciente de que su piel cambiaba intermitentemente desde el tostado hasta
el marrón veteado de amarillo.
—¿Por qué se lo
has contado? —le preguntó a Nico con voz demoníaca y los colmillos al
descubierto.
Nico se quedó
mirándolo fijamente sin un asomo de culpa.
—Era una
advertencia.
Dariel se
sobresaltó y contempló al demonio con los ojos muy abiertos.
—¿Una advertencia?
—Para que no le
hagas lo mismo que le hizo Arlet —contestó antes de mirarle. El brillo de sus
ojos lavanda provocó un escalofrío en el semidiós—. Porque si se lo haces,
puedo asegurarte que no habrá nada ni nadie en ningún mundo que me impida
hacerte pedazos.
Dariel tragó
saliva, pero no tuvo tiempo de acobardarse mucho más, ya que Evar se encogió,
abrazándose a sí mismo. Su camiseta se rasgó entonces, naciendo así de su
espalda dos grandes alas, cuyas plumas se erizaron un instante antes de
colocarse correctamente en su sitio.
Evar dio media
vuelta bruscamente, abrió la ventana del piso y se lanzó de cabeza al vacío.
Dariel corrió hacia el demonio a tiempo de ver cómo esquivaba edificios y se
elevaba hacia el cielo.
Decidido, colocó
un pie en la ventana y se dispuso a saltar, pero una mano sobre su hombro lo
detuvo. Al girarse, vio a Nico.
—No le sigas. Está
demasiado avergonzado.
Dariel frunció el
ceño.
—¿Avergonzado?
El Nefilim dejó
escapar un suspiro.
—No lo entiendes.
Evar amaba a Arlet y lo dejó todo por ella. Y a cambio, ¿qué recibió? Solo
dolor y un sentimiento de culpa que lo ha acompañado durante milenios. Él sabía
que los ángeles tienen un enorme poder de convicción y, a pesar de ello, creyó
en Arlet cuando le dijo que podían estar juntos sin ser enemigos.
Dariel se quedó en
silencio. Contempló la noche iluminada por las luces de los edificios y,
finalmente, bajó de la ventana. Tenía los puños apretados y sus ojos turquesa se
habían oscurecido.
—Siempre creí que
los demonios eran los malos y los ángeles los buenos. ¿Por qué tiene que ser al
revés?
Nico hizo un gesto
negativo con la cabeza.
—Ninguno de
nosotros somos buenos o malos. Sencillamente, cada uno cumple su papel. Los
demonios torturamos las almas malvadas y ofrecemos tentaciones a los humanos, y
los ángeles cuidan a los humanos y, tras su muerte, los llevan al Cielo. —Las
facciones de su rostro se endurecieron—. Lo que ocurre es que, cuando estás en
una guerra, nadie puede permitirse ser amable con el enemigo.
Sobre una de las
azoteas más altas de la ciudad, Evar se mantenía en su forma demoníaca, incapaz
de tranquilizarse y olvidar lo sucedido tres mil años atrás. En aquel entonces,
también odiaba a los ángeles. Asesinaron a su abuela cuando él apenas era un
joven demonio y su padre murió milenios más tarde durante la masacre. Solo
quedaron él y su hermano Stephan.
Y entonces,
conoció a Arlet. Ella era diferente de los demás ángeles, a pesar de que
confiaba plenamente en Dios. No pertenecía al ejército de Miguel, sino que
cuidaba las almas de los niños humanos, y puede que fuera esa la razón por la
que, al verlo, no lo atacó.
El deseo que
surgió entre ellos los condujo a un amor peligroso. Los Nefilim no lo
entendían, al igual que tampoco comprendieron su confianza ciega en Arlet y su
deseo de estar con ella. Pero Lucifer sí lo hizo. Y solo por eso, le dejó
marchar.
Pero lo que le
esperaba en el Cielo era muy diferente a lo que Arlet le había prometido.
—¡Evar!
Aquel grito en su
mente lo sobresaltó. Se levantó saltando sobre sus poderosas patas y se apoyó
con ellas en el borde de la azotea, alerta de repente.
—¿Nico?
—¡Necesito ayuda! ¡Los griegos han venido a
por Dariel!
No se lo pensó dos
veces. Regresó a su forma humana y apareció en el salón de la casa de Dariel,
donde se había desencadenado una guerra. Nico luchaba ferozmente contra un
hombre alto y musculoso, de piel morena y espeso cabello negro que blandía una
espada. Dariel, por otro lado, se las apañaba como podía con Enio y Eris.
Los tres eran
hijos de Hera.
Al ver que era
Dariel quien tenía más dificultades, corrió hasta él y atrapó a Enio con un
brazo antes de golpearla contra el suelo. Eris desvió su atención de Dariel y
se apresuró a ayudar a su hermana, pero Evar hizo aparecer su cola de dragón y
la enrolló alrededor de la diosa para atraparla y empezar a estrangularla.
—¡Ares! —gritó.
El dios de la
guerra se apartó de Nico y miró horrorizado a sus hermanas.
—Si quieres que
sigan con vida, más te vale desaparecer de aquí ahora mismo. —Para afirmar sus
acciones, apretó un poco más a Eris y acercó el cuello de Enio a sus largos
colmillos.
Ares apretó la
mandíbula, pero al final, optó por desaparecer. Solo entonces, Evar aflojó la
presión sobre Eris hasta dejarla libre.
—Tu turno.
La diosa miró a su
hermana, cuya vida dependía del Nefilim, y también desapareció. Por último,
Evar liberó a Enio, quien retrocedió y le fulminó con la mirada.
—Lucifer ha
cometido un grave error al rechazar la oferta de mi madre. Recordadlo —dicho
esto, se desvaneció.
Evar soltó un
suspiro aliviado y miró a Nico.
—¿Estás bien?
Su amigo sonrió
anchamente y le mostró la camisa desgarrada. Pese a que la prenda estaba destrozada,
Nico no tenía ni un solo rasguño.
—Ares necesitará
una espada mejor que esa para herir a un Nefilim.
Evar también
sonrió y dirigió su atención a Dariel. El olor a sangre fresca llegó a su nariz
y sus ojos contemplaron el líquido rojo que manaba de uno de los costados de
Dariel.
Se agachó junto a
él y le desgarró la camiseta para ver los daños. No era muy profunda, pero el
hecho de que estuviera herido no le hizo ninguna gracia.
—¿Cómo estás?
Dariel clavó sus
ojos turquesa en los de él.
—¿Y tú?
Evar apartó la
vista y lo ayudó a levantarse.
—Tenemos que
desinfectarte eso. Nico, ¿puedes vigilar mientras tanto? —Al ver que no
contestaba, se giró para mirarle. Nico estaba de pie en el centro del salón,
totalmente quieto y con los ojos entrecerrados—. ¿Nico?
—Hay un intruso en
el infierno, tengo que irme —y sin más, desapareció en un fogonazo de luz.
Dariel miró al
Nefilim frunciendo el ceño.
—¿Un intruso en el
infierno?
Evar asintió con
la mandíbula apretada.
—No es la primera
vez.
—¿Pero los ángeles
pueden entrar con tanta facilidad en el infierno?
—No.
—Entonces, ¿qué…?
El demonio lo
detuvo con un gesto de la mano. Dariel optó por permanecer en silencio mientras
Evar se quedaba en la misma postura que Nico hacía apenas un minuto. Pasaron
segundos y minutos hasta que se convirtieron en un cuarto de hora y después en
media. Dariel estaba a punto de perder la paciencia cuando Evar finalmente
relajó su postura y le miró.
—Ya está.
—¿Le han
capturado?
Evar hizo un gesto
negativo.
—No, pero le han
ahuyentado.
Dariel se acercó a
él. Estudió sus facciones y la expresión de sus ojos. Evar no parecía estar
contento con el resultado, y había algo… Dariel no sabría definirlo con total
exactitud, pero le dio la impresión de que había cierta tristeza.
—¿Qué es lo que
ocurre? ¿Quién era ese intruso?
Evar suspiró y lo
miró con cautela. Dariel ya sabía lo que quería decir esa mirada.
—Déjame adivinar,
no tengo por qué saberlo.
—Lo siento.
Dariel se sintió
herido sin acabar de saber por qué.
—No confías en mí.
—Tú tampoco
confías en mí. Ni en Lucifer tampoco. No podemos contarte nuestros secretos si
no estás de nuestro lado, ya lo sabes. Podrías unirte a los ángeles.
Eso último lo
enfureció.
—Yo no soy como
Arlet.
En esta ocasión,
Evar dejó caer los hombros y bajó la vista.
—No he dicho eso.
—Pero lo piensas.
Crees que porque soy un ángel voy a irme al Cielo y seguir a Dios como un
jodido cordero. Así que voy a dejártelo bien claro; me he educado en un colegio
católico pero nunca he sido seguidor de Dios ni de nadie. Y después de que me
contaras lo que le hizo a tu raza no me apetece en absoluto matar a cualquiera
que le contradiga. Tal vez no me una al Diablo, pero tampoco voy a unirme a él
—dicho esto, se marchó a su habitación y se encerró dando un portazo.
Dariel no sabía
qué estaba haciendo. No tenía por qué darle explicaciones, ni tampoco tenía por
qué ponerse así. Sin embargo, se sentía dolido. Él no era la clase de persona
que traicionaba a los demás, mucho menos a una persona a la que quisiera.
Él no era en
absoluto como Arlet.
Se quitó la
camiseta y se miró la herida. Era más superficial que otra cosa, pero a saber
en qué cosas había estado clavada el arma de esa mujer. Iba a ir al baño cuando
percibió una presencia familiar a su espalda. Resopló y se giró para contemplar
a Evar.
—Por si no te has
dado cuenta, no quiero hablar contigo —gruñó.
Evar se acercó a
él a paso firme.
—Me da exactamente
lo mismo.
Antes de que
Dariel pudiera hacer nada, Evar lo cogió del brazo y lo llevó al baño. Una vez
allí, lo obligó a sentarse y se inclinó sobre él. Dariel pegó un salto al notar
el roce de su lengua en la herida.
—¿Pero qué haces?
—gritó al mismo tiempo que intentaba apartarlo de él, pero Evar lo inmovilizó
con sus poderes. Dariel maldijo no tener tanto dominio sobre los suyos para
poder quitárselo de encima.
—Desinfectarte la
herida.
—¿Lamiéndola?
—Así es como lo
hacemos los Nefilim.
Ante eso último,
Dariel no supo qué decir o hacer. Estando inmovilizado, no podría hacer gran
cosa contra Evar hasta que él terminara, así que se limitó a no dirigirle la
palabra y mucho menos a mirar cómo su lengua se deslizaba por su piel,
limpiando la sangre y provocando pequeños escalofríos que por poco no le
pusieron la piel de gallina.
—Ya sé que no eres
como Arlet —le dijo Evar de repente.
Dariel no pudo
evitar mirarle.
—Ella no era una
guerrera. Se limitaba a cuidar las almas de los niños humanos. Por eso, la
primera vez que la vi, no me atacó, sino que intentó huir de mí. —Hizo una
pausa para lamerle de nuevo la herida—. Pero el deseo estalló en mí y no pude
controlarme. Logré atraparla y empecé a acariciarla. Al principio, se resistió…
Pero después se entregó a mí.
Dariel esperó a
que siguiera contándole la historia, pero Evar parecía estar dudando entre
seguir o no. Tras un par de minutos, el demonio tragó saliva y continuó sin
mirarle.
—Los dos sabíamos
que cometíamos un error y decidimos separarnos. Por desgracia, volvimos a
encontrarnos en un par de ocasiones y, de nuevo, yo no pude controlarme y ella
no se resistió. —Dejó escapar un suspiro tembloroso—. Supongo que fue
inevitable enamorarme de ella. Arlet era amable y cariñosa conmigo, y me
aceptaba a pesar de ser un Nefilim.
—¿Qué pasó?
—Queríamos estar
juntos. Nos amábamos y no queríamos esconderlo. Mis compañeros Nefilim no
comprendían lo que sentía porque ellos nunca lo habían experimentado. Más de
uno se enfadó conmigo. Al final, Arlet me dijo que Dios me aceptaría, que si me
marchaba con ella me acogería como si fuera uno de los suyos. —Evar alzó la
vista para mirar a Dariel. Este sintió una opresión en el pecho al ver la
expresión atormentada del demonio—. No fue fácil tomar una decisión, ¿sabes?
Los Nefilim eran mi familia, el infierno era mi hogar. Arlet me estaba pidiendo
que renunciara incluso a mi propio hermano por nuestro amor.
Dariel tragó
saliva. Se había inclinado sobre Evar, totalmente absorto en la historia.
—¿Qué hiciste?
—Hablé con
Lucifer. Él era el único que comprendía lo que estaba sintiendo y lo difícil
que era para mí al mismo tiempo abandonar todo lo que era. —Evar esbozó una
diminuta sonrisa—. Me dijo que me deseaba lo mejor y que, si quería volver, que
no tuviera reparos en hacerlo.
Dariel sintió un
nudo en la garganta. Jamás habría pensado que el Diablo pudiera ser tan…
¿amable? ¿Generoso? Eran cualidades que nunca habría asociado con él.
—¿Qué hay de tu
hermano? ¿Qué pensaban los Nefilim?
—Mi hermano solo
quería que yo fuera feliz, aunque no comprendiera lo que me estaba pasando.
Nico y Kiro también estaban de mi lado, pero el resto se enfadó muchísimo,
sobre todo Skander.
Dariel asintió.
—Entonces, te
fuiste al Cielo.
—Sí. Pero lo que
encontré allí no se parecía en nada a lo que Arlet me había contado.
—¿Qué era?
—El ejército de
Miguel estaba allí. Me atraparon, me ataron y me llevaron a una celda donde me
torturaron. Querían información sobre Lucifer y mi raza, al igual que sobre la
disposición del infierno. Su intención era volver a invadirlo como hicieron
cuando exterminaron a los Nefilim, pero esta vez querían estar seguros de que
lograban llegar hasta Lucifer.
Dariel sintió
náuseas. Por la forma en que Evar hablaba de Arlet, estaba seguro de que su
traición le habría hecho pedazos. En cuanto a ella… No podía creer que alguna
vez le hubiera amado.
—Arlet te tendió
una trampa.
Evar dejó escapar
un largo suspiro.
—No. Ella no sabía
nada.
Esta vez, Dariel
frunció el ceño, confuso.
—No lo entiendo.
Nico me dijo que ella…
—Para Nico sí fue
una traición. Piensa que Arlet tendría que haber sabido los planes que Dios
tenía para mí. Pero no fue así. Ella confiaba ciegamente en él y por eso no
sospechó lo que iban a hacer conmigo. En cuanto se dio cuenta de lo que estaba
pasando, intentó protegerme, pero solo consiguió que la torturaran a ella también
y la encerraran en su habitación hasta que recapacitara. Escapó varias veces
para intentar ayudarme…
—Pero no lo
consiguió.
El demonio afirmó
sus palabras.
—Siempre acababa
recibiendo un castigo.
Dariel se mordió
el labio inferior.
—¿Cómo lograste
regresar al infierno?
—Damián, Zephir,
Skander, Nico, Kiro y mi hermano Stephan vinieron a por mí. Arlet les ayudó a
entrar en el Cielo y les guio adonde estaba. Lograron liberarme. —Hizo una
pausa para tragar saliva—. Mi hermano murió mientras huíamos. Se quedó en la
retaguardia para cubrirnos.
Dariel sintió un
nudo en la garganta. Incapaz de permanecer quieto mucho más tiempo, alzó una
mano para posarla sobre el hombro de Evar y darle un apretón. La fuerza
invisible que lo paralizaba hacía un rato que había desaparecido, pero estaba
tan absorto en la historia que no se había dado cuenta hasta aquel momento.
—¿Qué hay de los
demás?
—Estábamos
heridos, pero llegamos a casa con vida.
—¿Y Arlet?
Evar no dijo nada.
Un manto oscuro cubría sus ojos, y Dariel no podía identificar la emoción que
había en ellos.
—Se quedó en el
Cielo.
Eso sí que no lo
entendía.
—¿Por qué? Ella te
quería.
—También se quedó
en la retaguardia. Intentó salvar a mi hermano con sus poderes curativos, pero
llegó demasiado tarde. Por entonces, nosotros estábamos en la puerta que
conducía al infierno y los ángeles estaban a punto de cogernos. Ella nos obligó
a cruzar el portal y lo cerró para evitar que nos cogieran. Se quedó allí
dentro.
—¿Murió? —preguntó,
sintiendo el corazón en un puño.
Evar hizo un gesto
afirmativo.
No dijeron nada
durante un par de minutos. Evar se dedicó a terminar de desinfectarle la herida
y vendársela. Después, Dariel fue a limpiar los platos mientras el demonio se
quedaba solo en el salón, tumbado y dándole la espalda.
Durante ese
tiempo, Dariel tuvo tiempo para pensar, puede que demasiado. Llegó a la
conclusión de que no quería saber nada de Dios y los ángeles, que no se uniría
a ellos de ninguna de las maneras, ni siquiera quería saber más cosas de su
madre por miedo a lo que podría descubrir sobre ella, sobre las cosas horribles
que podría haber hecho. A él le bastaba saber que le había querido.
Y sobre unirse al
Diablo… Seguía sin estar seguro y sin hacerle mucha gracia, pero tenía la
sensación de que tras su historia había mucho más que un intento de destronar a
Dios.
Respecto a los
Nefilim, no podía evitar sentir cierta compasión. Nico había sido sincero con
él y le había dicho que ellos solo cumplían con el papel que les había tocado
en la vida, que por lo que le había dicho Evar, era vigilar el infierno. Y aun
así, a pesar de ser demonios y estar al servicio de Lucifer, tenía la sensación
de que no eran seres tan malvados.
Dios asesinó a sus
madres humanas, a casi toda su raza, y mintieron a Arlet para que les entregara
a Evar. A él le torturaron quién sabe por cuánto tiempo.
Dariel se apoyó en
la pila y suspiró cansado. Había demasiadas cosas que desconocía y que
necesitaba saber para tomar una decisión respecto al trato del Demonio. Pero
eso implicaba tener que hablar con él personalmente… Y aún no estaba seguro de
querer hacerlo.
Se dirigió al
salón y contempló a Evar. Estaba encogido en el sofá, de cara al respaldo, por
lo que no podía verle los ojos. A juzgar por su postura, parecía que revivir
tantos recuerdos dolorosos le había pasado factura. Sin estar seguro de lo que
hacía pero deseando al mismo tiempo levantarle el ánimo, se sentó a su lado y
entrelazó los dedos, un tanto incómodo.
Carraspeó e
intentó un buen comienzo.
—Siento lo que te
pasó. De verdad.
Evar asintió, pero
no dijo nada.
Dariel lo intentó
de nuevo.
—Eh… —No se le
ocurría nada. Se había quedado en blanco. Nervioso y avergonzado por ser
incapaz de decirle una sola palabra de ánimo, se levantó bruscamente y se
dirigió a la puerta—. Buenas noches.
Antes de que
pudiera llegar, sin embargo, Evar apareció justo delante de él, impidiéndole el
paso. Tenía los músculos un poco tensos, pero su diminuta sonrisa parecía
sincera.
—Gracias —y dicho
esto, se inclinó y lo besó.
La caricia de sus
labios lo dejó sin aliento y le disparó el pulso, aunque no fue capaz de
moverse y mucho menos de apartarse. Evar le rozó el labio inferior con la
lengua, y él abrió la boca para darle total acceso y dejar que la suya se
enredara con la de él.
El demonio lo
abrazó entonces por la cintura y lo acercó a él despacio. No intentaba
obligarle ni presionarle, al contrario, le daba el tiempo necesario para
asimilar lo que estaba haciendo y rechazarle si quería.
El problema era
que lo último que deseaba Dariel era apartarse. Le gustaba demasiado sentir ese
cuerpo musculoso contra el suyo, su boca explorando sus labios y las caricias
de sus manos en la piel.
Se apretó contra
Evar y le devolvió el beso. Este se intensificó poco a poco hasta que se
convirtió en un combate voraz por apoderarse de la boca del otro, ansiando algo
más que aquel simple roce. Dariel coló sus manos bajo la camiseta de Evar y le
acarició el duro vientre y los fuertes pectorales, haciendo que el demonio
soltara un gruñido ronco que lo puso a cien.
—Así no me lo
pones fácil —le susurró al oído antes de lamerle la oreja.
Un escalofrío lo
recorrió entero, pero no se detuvo. Siguió acariciándole sin piedad alguna.
—¿Qué ha sido de
tu autocontrol? —preguntó en un gemido. Evar le estaba mordisqueando el cuello,
y a él le costaba mantener la concentración.
—Lo estás echando
por los suelos.
De repente, ya no
estaban de pie. Evar lo había tumbado en el sofá y estaba sobre su cuerpo. Se
quitó la camiseta con un simple movimiento y levantó la de Dariel. En cuanto le
acarició la cadera con la lengua, se arqueó y gimió, sintiendo cómo el placer
enardecía su cuerpo y se concentraba en una parte de su anatomía que ansiaba
desesperadamente atención.
Como si Evar
leyera sus pensamientos, clavó los dedos en su muslo y los hizo ascender hacia
arriba, hasta su parte dolorida. En cuanto lo acarició, Dariel jadeó y se sentó
de un salto, solo para que Evar lo obligara a tumbarse otra vez.
—No te muevas —le
ordenó.
Dariel no quería
obedecer, pero se descubrió tumbado de nuevo en el sofá, con el cuerpo
expectante y ardiendo de deseo. Evar acarició el bulto entre sus piernas
suavemente, procurando no hacerle daño, al mismo tiempo que recorría todo su
pecho y vientre con la lengua. Dariel intentó moverse en un par de ocasiones,
pero la mirada ardiente de Evar le advirtió de que no lo hiciera.
Aun así, le fue
imposible estarse quieto. Arqueaba la espalda, se retorcía y gemía
incontrolablemente; intentaba evitarlo, pero no podía hacer nada. Todo era demasiado
nuevo e intenso para él, placentero y excitante. Ansiaba esas nuevas
sensaciones, y cuanto más lo acariciaba Evar, más lo deseaba.
Este interrumpió
su beso y lo miró a los ojos. El fuego que chispeaba en ellos le produjo un
estremecimiento.
—Desnúdate.
Dariel estaba
demasiado aturdido por todo lo que sentía como para comprender su orden. Solo
pensaba en que había dejado de besarlo y tocarlo y eso no le gustaba nada.
Intentó incorporarse para atrapar sus labios, pero Evar volvió a tumbarlo y se
inclinó sobre él, rozando sus labios pero sin llegar a besarlo.
—Ahora, Dariel.
Desnúdate.
Con un gemido,
Dariel obedeció. Se quitó los pantalones y la ropa interior y la dejó tirada en
cualquier lado. Después, cogió a Evar por la nuca para buscar su lengua y
colocó su mano justo donde más deseaba que lo tocara.
Evar soltó un
ronroneo.
—Te gusta que te
toque aquí, ¿eh? —dicho esto, cogió su miembro con delicadeza y lo acarició de
arriba abajo. Dariel arqueó la espalda y jadeó de placer. Después, movió la
cintura, intentando frotarse contra la mano de Evar, anhelando más caricias.
—Sí, creo que sí.
—Maldita sea,
Evar…
El demonio esbozó
una gran sonrisa.
—¿Qué quieres?
—Ya lo sabes,
bastardo.
—Quiero oírtelo
decir.
El semidiós le
lanzó una mirada fulminante y llena de deseo.
—Ni hablar.
—¿Ah, sí?
Volvió a
acariciarlo, una y otra vez, lentamente. Dariel se aferró al sofá y se mordió
el labio inferior, intentando acallar sus gemidos. Sabía que le faltaba algo,
algo que necesitaba y que lo aliviaría, calmando la sed de ese fuego abrasador
que lo cubría entero y que le daría un placer que no había experimentado antes.
Pero Evar seguía
torturándole. Una tortura deliciosa que nublaba su mente y estremecía su
cuerpo, pero que tenía que culminar, alcanzar el clímax. Lo necesitaba, y tenía
que ser ahora.
—Evar…
—¿Sí? —preguntó el
demonio sin dejar de sonreír, divertido e impaciente a un tiempo.
—Te odio…
Evar ascendió por
su cuerpo, sin dejar de acariciarlo, y lo besó largamente en los labios.
—Yo te deseo,
Dariel. Ardo en deseos de hundirme dentro de ti mientras me arañas la espalda,
de que grites mi nombre mientras te corres. —Le mordisqueó el lóbulo de la
oreja y le susurró al oído con la voz ronca y cargada de deseo—. Pídemelo,
Dariel. Pídemelo y seré todo tuyo.
No pudo
resistirse. Estaba al límite y, aunque más tarde se sentiría herido en el
orgullo, no podía soportarlo más.
—Por favor, Evar
—gimió en voz baja.
Los ojos del
demonio resplandecieron y, antes de darse cuenta, estaba totalmente desnudo y
encima de él, devorando sus labios mientras sus manos lo acariciaban por todas
partes. Dariel se entregó por completo, le devolvió el beso con la misma pasión
y recorrió su cuerpo con las manos, incluso se atrevió a acariciarle su
virilidad, logrando así que Evar jadeara y gimiera puramente satisfecho.
Evar le mordisqueó
de nuevo la cintura, un punto erógeno que Dariel desconocía que tuviera y le
cogió el trasero con fuerza. En ese momento, Evar deslizó un dedo en su
interior.
Dariel se quedó
paralizado.
Un recuerdo
borroso y que se había esmerado en borrar de su mente se hizo paso en la
neblina de la memoria y estalló. De repente, se encontraba en el suelo,
temblando incontrolablemente y abrazándose las rodillas. Ya no estaba en su
casa en Compton, había vuelto a un lugar que se había jurado a sí mismo no
volver a pisar jamás.
—¡Dariel! —gritó
alguien a lo lejos, pero él no podía responderle.
Había regresado a
aquel pozo del que había tardado años en salir.
—No lo haga, no lo
haga —repetía una y otra vez mientras los ojos se le llenaban los ojos de
lágrimas.
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