Capítulo 3. La oferta de Hera
“Frío y fuerte en
la distancia,
lleno de fuego y
caliente por dentro.”
Aristóteles
Onassis
Un rayo de sol le
dio directamente en la cara. Se puso un brazo sobre los ojos y soltó un gruñido
digno del demonio que era. Lo cierto era que nunca había pasado tanto tiempo en
su forma humana, a la que no estaba demasiado acostumbrado. Después de todo, él
había pasado milenios en su forma demoníaca, sin pisar el mundo de los mortales…
El silencioso
sonido de los pasos de unos pies descalzos hizo que apartara un poco el brazo
para ver quién era.
Contuvo el impulso
de levantarse e ir hacia Dariel. Acababa de ducharse, llevaba el pelo mojado y
vestía unos vaqueros rotos y una camiseta de manga larga bastante ancha. Evar
hizo una mueca. ¿Por qué no se arreglaba un poco? Porque estaba casi seguro de
que lo hacía a propósito.
Dariel se detuvo
al ver a Evar tumbado en el sofá. La misma corriente eléctrica que lo invadió
ayer cuando se tocaron lo envolvió de arriba abajo, en una sensual caricia que
le puso la piel de gallina…
Contempló cómo
Evar se incorporaba lentamente hasta quedarse sentado. Dariel se quedó
observando cómo sus firmes músculos se contraían con cada movimiento, en una
sinfonía seductora que lo invitaba a acariciar su pecho con las manos y la
boca.
Una vez más, se
sintió irritado por sus pensamientos y emociones. Anoche trató de convencerse
de que solo era una atracción pasajera, fruto de un breve lapsus de confusión y
de un día duro y cansado, con grandes dosis de información que aún tenía que
asimilar.
Sacudió la cabeza,
ignorando ese nuevo ardor que sentía en las entrañas.
—Dariel.
Al escuchar que
Evar lo llamaba, alzó la cabeza para mirarle. Parecía frustrado, arrepentido y
avergonzado al mismo tiempo.
—Te pido disculpas
por mi comportamiento de ayer. No era mi intención que las cosas llegaran a ese
extremo.
Dariel no
comprendió sus palabras.
—¿A qué te
refieres?
Evar pareció dudar
entre si contárselo o no. Al final, se encogió de hombros.
—Los Nefilim raras
veces tenemos… necesidades de ese tipo. Por eso, cuando las sentimos, es algo
muy fuerte para nosotros, difícil de controlar.
Eso confundió e
intrigó a Dariel al mismo tiempo.
—¿Quieres decir
que los Nefilim no tenéis relaciones sexuales?
—Muy pocas veces o
ninguna.
—¿Cómo es posible?
¿Cómo podéis tener hijos entonces?
En esta ocasión,
Evar echó la espalda hacia atrás, en un gesto de cautela y desconfianza que lo
sorprendió.
—No tienes por qué
preocuparte por eso. Todo lo que necesitas saber es que procuraré mantenerme
bajo control.
Por un lado,
Dariel agradeció ese gesto, pero por otro, se sintió decepcionado. Esa parte lo
frustraba y lo irritaba, pero procuraba que no se le notara. Si Evar podía
controlarse, él también.
Se fue a la cocina
y preparó el desayuno. Evar, una vez más, apareció a su espalda, contemplando
esta vez con ojos llenos de curiosidad lo que hacía. Todas las mañanas, Dariel
optaba por preparar unas sencillas tortitas. No solía dormir bien por las
noches, así que se despertaba cansado y a menudo de mal humor. Aquella mañana
solamente estaba un poco más agotado de lo normal.
Evar se mantuvo
alejado de él, evitando todo contacto físico, pero Dariel fue consciente de
alguna que otra mirada hambrienta, y no precisamente de comida. En momentos
como aquel, su lado más emocional gruñía satisfecho y con ganas de llegar más
lejos, mientras que la parte racional agradecía que se controlara.
Consiguió
sorprender a Evar una vez más con la comida. Como anoche, devoró las tortitas
como si fueran un manjar de dioses, algo que lo halagó. Después, él recogió la
mesa y fregó los platos. Al terminar, se estaba poniendo sus viejas deportivas
para salir a la calle.
—¿Nunca te has
planteado arreglarte un poco más? —le preguntó Evar de repente.
Dariel hizo una
mueca. Claro que sí. A él no le gustaba ir con esas pintas, pero no había otra
forma de librarse de las miradas de las mujeres de su trabajo, e incluso así no
había forma de que le dejaran en paz.
Al ver que no
contestaba, Evar ladeó la cabeza. Por la expresión de Dariel, supo que sí se lo
había planteado, y en más de una ocasión. Por eso suponía que debía de haber
algún motivo por el que iba como un impresentable.
Unos minutos más
tarde, salieron a la calle. Evar no sabía a dónde iban, se limitó a seguir a su
protegido por las calles de Compton. No le gustó aquel lugar. Si bien era
cierto que él vivía en el infierno y que allí se encontraba la peor escoria
posible, no le gustaba la forma en que la gente miraba la cámara que llevaba
Dariel colgada de un hombro.
—Dariel, ¿soy yo o
tus vecinos quieren atracarte con la mirada?
—Quieren
atracarme, y tal vez lo hagan.
—Mmm, ¿así que
vamos a tener que pelear?
Dariel le lanzó
una sonrisa socarrona.
—¿Es que al
infierno ya no van asesinos sangrientos y mucho más temibles que estos
adorables cachorritos?
Evar le devolvió
el gesto.
—Te sorprendería
la cantidad de basura que hay allí. Lucifer tiene algunos a los lleva
torturando desde hace milenios.
A medida que iban
hablando, más hombres encapuchados se les iban acercando. Dariel y Evar
sonrieron.
—¿Te das cuenta de
que estamos a punto de meternos en un lío? —preguntó el primero.
—Sí, y me encanta.
Dariel bufó con
diversión.
—Se nota que eres
un demonio.
—Gracias, es un
detalle que no lo hayas olvidado.
Y entonces, los
ladrones se abalanzaron sobre ellos.
No fue un gran
combate. Dariel era rápido y golpeaba donde más dolía, algo que le pareció muy
gracioso a Evar, quien había imaginado a Dariel como alguien demasiado bueno
como para joder siquiera a sus adversarios. Al parecer, estaba equivocado,
aunque claro, no debía olvidar que llevaba la sangre de Zeus.
Respecto a Evar, apenas
hizo esfuerzo alguno. Había pasado la vida entrenando con Nefilim, y después de
la masacre, con Damián y Zephir, que fueron aún peores. Así que pelear contra
esos diablillos del tres al cuarto fue más un juego para él que cualquier otra
cosa.
A los pocos
minutos, los ladronzuelos huían por un callejón, provocando que Dariel y Evar
se marcharan con sonrisas arrogantes en sus rostros.
—Vaya, vaya, así
que el angelito sabe pelear, ¿quién lo diría? —se burló Evar mientras avanzaban
por la calle.
Dariel alzó una
ceja y torció su sonrisa.
—No soy idiota.
Desde que descubrí mis poderes me he entrenado para lo peor. Aunque debo
reconocer que no me sirvió de mucho contra esas dos diosas.
—Eso es porque has
aprendido a luchar contra humanos, no contra seres sobrenaturales. —Dariel iba
a replicar, pero Evar lo detuvo con un gesto de la mano—. Es verdad que eso te
sirve para luchar contra algunas criaturas, pero no contra las más importantes.
Dariel se quedó
pensativo. Muy a su pesar, tuvo que reconocer que Evar tenía razón. Desde que
cumplió los dieciséis años había ido al gimnasio y había aprendido todo tipo de
artes marciales, pero nadie le había enseñado a usar sus poderes… Al menos, no
completamente. Sabía hacer las cosas más básicas, pero nada impresionante a
pesar de ser un semidiós con poderes de ángel.
—Evar.
—¿Sí?
—¿Tú podrías
enseñarme a pelear?
El demonio se
detuvo y lo miró a los ojos. Tras unos instantes, sus labios se curvaron hacia
arriba en una sonrisa que solo podía calificarse como diabólica.
—No tienes ni la
menor idea de lo que significa ser entrenado por un Nefilim, ¿verdad?
—No, pero podré
soportarlo.
Evar soltó una
carcajada burlona e hizo crujir los nudillos.
—Vuelve a
repetirlo dentro de veinte minutos.
En el Palacio de
Ébano, Lucifer contemplaba con los ojos entrecerrados y el cuerpo tenso por la
excitación al demonio que se encontraba agachado frente a él con las alas
plegadas y la cola balanceándose.
Nicodemos le
estaba enseñando a hacer un suflé. Podía vivir con la trágica desgracia de ser
incapaz de cocinar un plato principal a derechas, pero se negaba a rendirse con
los postres humanos. Y por sus santos cojones que conseguiría hacer aquel
maldito bollo hinchado fuera como fuera…
El timbre del
horno sonó y Lucifer por poco se sobresaltó. Contuvo las ganas de exigirle a
Nicodemos que le dijera cómo demonios había salido el dichoso postre. Este
abrió la puerta sin molestarse en ponerse un guante y sacó la bandeja de hierro
con el recipiente. Lucifer tragó saliva cuando Nicodemos inclinó la cabeza,
olfateó el suflé y se apartó de golpe.
Ya estaba temiendo
otro fracaso cuando el demonio se giró y le dijo con una ancha sonrisa:
—Diablo, abre la
botella de champán, ¡porque no eres un caso perdido!
Lucifer soltó un
grito triunfal y pegó un buen salto. Nicodemos se unió a él entre carcajadas,
probablemente incrédulas y sorprendidas. Acababan de abrir la botella de
chorreante champán cuando escucharon un aleteo.
Era Arioch, uno de
los ángeles caídos que estaba al servicio del Diablo.
—Tienes visita,
Lucifer.
Este, al ver el
rostro sombrío de su viejo amigo, se irguió en toda su estatura y entrecerró
los ojos.
—¿Quién es?
Arioch arrugó la
nariz.
—Hera.
Arqueó las cejas,
sorprendido. ¿Qué hacía aquella diosa en el infierno y qué demonios querría?
—¿Ha venido sola?
—Sorprendentemente
sí.
Entonces, no podía
tratarse de un ataque. Hera no era tan estúpida como para presentarse en sus
dominios sin más ayuda que sus poderes, y ella ni siquiera era una deidad
guerrera.
—Hazla pasar.
Arioch lo miró con
mala cara, pero obedeció. El ángel caído había estado a su lado desde el
principio de su guerra personal contra Dios, y se mostraba especialmente
protector con él.
Nicodemos se
colocó a su lado.
—¿Quieres que me
quede?
—Si no te importa.
El demonio
resopló.
—No me fío de
ella.
—Yo tampoco
—murmuró mientras se retorcía un mechón de su pelo rubio.
La imponente y
hermosa diosa apareció en la estancia detrás de Arioch. Se paró en seco al
fijarse en Nicodemos, algo que provocó una sonrisa en Lucifer.
De todos los
Nefilim, Nicodemos era el más afable, pero eso no evitaba que su aspecto
atemorizara a cualquier ser o dios que lo tuviera delante. Con sus dos metros de
altura, tenía un poderoso cuerpo de anchas espaldas y torso musculoso, algo que
sumado a sus fuertes brazos y potentes patas de dragón lo convertía en un
adversario formidable. Su piel era plateada y estaba decorada con angulosos y
estilizados símbolos dorados, que indicaban su linaje y la familia de Nefilim a
la que pertenecía. Llevaba el cabello castaño claro y liso largo hasta rozar
sus hombros, tras cuyo flequillo centelleaban unos ojos color lavanda. De su
cabeza, nacían dos largos cuernos blancos curvados hacia atrás. Había abierto
ligeramente sus alas emplumadas al ver a Hera, y su cola estaba tiesa, señal de
que la presencia de la diosa lo ponía tenso.
Hera hizo una
mueca y retrocedió prudentemente un paso. Sí señor, una mujer inteligente y con
más cabeza que su marido.
—¿Podemos hablar
en privado?
Lucifer se cruzó
de brazos y alzó una ceja.
—No.
Hera estuvo a
punto de decirle que era un cabrón por intentar intimidarla con su enorme
demonio, pero se mordió la lengua. Si algo había aprendido sobre los hombres,
era que se sentían más fuertes si sabían que tenían enfrente a una mujer
asustada.
Ella no era una
joven incauta, era la reina de los dioses. Así que alzó la barbilla, altiva, y
se acercó un poco más al Diablo.
—Quiero hablar
contigo sobre Dariel Bellow.
Lucifer fue
consciente de que Nicodemos se tensaba a su lado, probablemente temiendo que
Hera pensara hacerle algo a Evaristo, el actual guardián del semidiós.
—Tú dirás —dijo
sin perder la calma.
—Quiero que me lo
entregues. Sin oponer resistencia y sin derramar sangre.
—Una entrega
limpia.
—Exacto.
—¿Y qué gano yo a
cambio?
Hera alzó la mano
y le enseñó lo que había en ella. Lucifer frunció el ceño, pero al poco tiempo
acabó resoplando.
—Yo no necesito
ambrosía. Ya soy inmortal.
—Lo sé, pero te
servirá para librarte del poco control que Dios tiene sobre ti.
Esas palabras
hicieron que todos los músculos de Lucifer vibraran. Un atisbo de esperanza
llameó en su interior, al igual que el anhelo que siempre había guardado bajo
llave salió a la luz en una inminente explosión. No había podido salir del
infierno desde que se marchó del Cielo y se convirtió en un ángel caído, pues
en el momento en que saliera, Dios lo llamaría y él no tendría más remedio que
acudir ante él.
—No te precipites —susurró Nicodemos en
su mente. Las plumas de sus alas de platino se habían erizado y las zarpas de
sus patas empezaban a clavarse en el suelo de madera clara.
Lucifer acalló la
voz de la esperanza y alzó la vista hacia Hera.
—¿Cómo sabes que
funcionará?
—Me lo dijeron las
Moiras.
Las diosas griegas
que controlaban el destino. Lucifer no dudaba de su potencial, pero seguían
perteneciendo al panteón griego y él no se fiaba de nadie que no perteneciera a
su propio panteón.
Tras meditar lo
que debía hacer, soltó un largo suspiro y volvió a mirar a la diosa.
—Déjame pensarlo.
Hera asintió y
Arioch la condujo a la salida del palacio y del infierno. Una vez a solas con
Nicodemos, se dejó caer en una silla que había junto al banco de la cocina y se
cubrió el rostro con una mano.
El demonio se
inclinó sobre él.
—¿Qué vas a hacer?
Lucifer se frotó
los ojos, intentando pensar.
—Llama a Amón y dile
que venga inmediatamente. Él me dirá lo que necesito saber sobre todo este
asunto.
Por la tarde,
Dariel llegó a casa totalmente sudado y agotado. Evar tenía razón, entrenar con
él era la peor decisión que podría haber tomado nunca. Sin embargo, su orgullo
le había impedido parar tras los primeros veinte minutos infernales de
entrenamiento.
La técnica de Evar
había consistido, básicamente, en que él le atacara. A cada intento, Evar le
había derribado sin piedad e inmovilizado en el suelo estirándole los músculos
hasta provocarle dolor. Y el muy cabrón le decía que aquello solo era un
calentamiento.
Después de eso, la
cosa fue a peor. Evar le dio la oportunidad de parar en varias ocasiones, pero
él se negó. El demonio le enseñó a usar sus poderes al mismo tiempo que atacaba
físicamente, lo que le costó una gran dosis de concentración y le provocó un
montón de magulladuras por todo el cuerpo.
A pesar de todo,
se sentía satisfecho. Había aguantado todo el día sin apenas descansar y,
además, se había percatado de la admiración y aprobación que había mostrado la
mirada de Evar. Eso le gustó más de lo debido, algo que lo irritó. Y, sin
embargo, no podía evitar ese hormigueo en la piel cada vez que sus miradas se
cruzaban con intensidad o se rozaban casualmente.
Dariel lo
contempló de reojo. Puesto que los dos habían estado sudando por el
entrenamiento, Evar se había quitado su chaqueta de cuero, dejando solamente su
camiseta blanca de manga corta como única barrera entre su torso desnudo y la
vista de Dariel.
Un estremecimiento
descendió por su columna al contemplarlo. No podía ignorarlo, quería recorrer
esa deliciosa piel tostada con la lengua y enterrar las manos en su sedoso
cabello negro mientras se apoderaba de su boca. Deseaba sentir sus manos en su
cuerpo, que lo explorara y apaciguara el fuego que ardía en sus entrañas.
Jamás había
sentido algo así por nadie. Ni siquiera durante la pubertad le había interesado
el sexo, época en la cual todos sus compañeros de clase se encerraban en los
cuartos de baño con una revista de mujeres en pelotas.
Por eso se sentía
extraño… y excitado al mismo tiempo. Sentía una creciente curiosidad por saber
qué sentiría si dejaba que Evar lo tocara.
En ese instante,
se dio cuenta de que lo había estado mirando demasiado rato y alzó la vista
para centrarla en sus ojos. Su pulso se aceleró. Evar lo estaba contemplando
con esos ojos castaños ensombrecidos y llenos de deseo. Su cuerpo reaccionó con
una ola de calor que lo recorrió de arriba abajo, desde la cabeza hasta la
punta de los pies.
No hizo ningún
movimiento cuando Evar se acercó a él. Estaban a unos centímetros de tocarse
cuando Dariel aspiró bruscamente y dijo:
—Lo has notado,
¿verdad?
Evar inclinó su
rostro. No apartó la mirada de él en ningún momento.
—Los Nefilim
tenemos el sentido del olfato muy agudizado —dijo con la voz ronca, lo que le
provocó un escalofrío—. Puedo oler tu excitación con la misma claridad con la
que yo siento mi deseo por ti.
Dariel no podía
moverse, ni tampoco quería. Sus palabras habían hecho que la oleada de pasión
que llevaba conteniendo arrastrara las múltiples razones por las que no debería
ceder ante ese demonio.
No se resistió
cuando Evar rozó su mejilla con la nariz. Notó que lo olía y sintió un suspiro
contra su piel.
—Tienes un olor
delicioso, ¿lo sabías? Unido al deseo que te está comiendo por dentro, eres
irresistible. —Volvió a aspirar su olor y se apartó lo justo para mirarlo a los
ojos primero, y después, a los labios—. Me está costando mucho mantener el
control.
—¿En serio?
—preguntó Dariel con la voz más grave de lo normal. La idea de que a Evar le
costara controlarse por su causa le gustaba demasiado. De hecho, estaba
deseando hacerle perder el control.
Antes de que
pudiera recordar por qué no debía hacer aquello, incluso antes de ser consciente
de lo que hacía, alzó una mano y le acarició la mandíbula. Evar no se movió,
siguió mirándolo a los ojos mientras él recorría con los dedos el áspero
mentón, los pómulos afilados y esos labios que deseaba mordisquear.
La experiencia le
gustó. Evar no lo presionaba ni lo obligaba a hacer nada que no quisiera;
simplemente, le daba total acceso a su cuerpo. Más curioso que antes, deslizó
la mano hacia su cuello, delineó la curva de su hombro y descendió por el
musculoso pecho.
—¿Te gusta? —le
preguntó Evar con la voz aún más ronca.
Dariel asintió.
—¿Y a ti?
Un gruñido fue su
respuesta.
Entonces, Dariel
se fijó en la forma en que se tensaban sus músculos cada vez que lo acariciaba,
así como en su mandíbula tensa. Se estaba conteniendo. Y Dariel, por alguna
razón incomprensible, no quería eso. Deseaba que Evar actuara tan libremente
como él, sin obligarle a hacer nada que quisiera pero sin restricciones.
Quería el fuego
que brillaba en sus cálidos ojos.
Sin pensárselo dos
veces, le aferró la nuca y lo besó. Dariel jadeó en su boca cuando Evar le
devolvió el beso. Impaciente y apasionado. Salvaje y primario. De no haber
estado tan ocupado devorando sus labios habría soltado un rugido triunfal.
Evar lo acorraló
contra una pared y le cogió las nalgas, apretándolo contra él. Dariel
contratacó metiendo una mano por debajo de su camiseta para acariciar el
musculoso vientre. Evar soltó un gruñido satisfecho y rozó sus labios con la
lengua. La sensación hizo que diera un respingo, pero no tardó en sacar la suya
y dejar que se entrelazaran, que se exploraran, que juguetearan la una con la
otra.
Dariel no podía
expresar lo que sentía. Ni en sus más remotos sueños ni en sus pensamientos más
creativos habría imaginado que el deseo pudiera así. Notaba el latido de su corazón
golpeando su pecho con una fuerza apabullante, su pulso se había disparado, su
cuerpo ardía en llamas de pasión y su piel anhelaba el roce desnudo de Evar.
El demonio lo
apretó aún más contra él. Dariel gruñó y tiró de él para que se acercara más. A
esas alturas, estaba totalmente descontrolado y no dudó en rajarle la camiseta
a Evar. Él jadeó contra sus labios en cuanto las manos de Dariel le recorrieron
el pecho, la espalda, los costados y el vientre.
El beso se
intensificó, sus lenguas lucharon entre ellas por hacerse con el control, sus
cuerpos chocaron y forcejearon. Evar, incapaz de soportarlo más, se apartó lo
justo para lamerle el cuello y mordisquearlo. Dariel gimió de placer ante la
húmeda y ardiente caricia, lo que lo excitó muchísimo más.
Y entonces, su
móvil vibró. Evar quiso ignorarlo, pero estaba casi seguro de quién le llamaba
y tenía que contestar.
Se apartó a
regañadientes de Dariel, en cuyos ojos veía arder el mismo deseo que a él le
quemaba la piel. Odiaba dejar las cosas ahí, pero no tenía otra opción.
—¿Diga? —preguntó
con un gruñido amenazador.
—¡Hola, Evaristo!
¿Me echabas de menos? —canturreó Lucifer.
Evar sintió deseos
de mandarlo a la mierda, pero se mordió la lengua.
—¿Qué quieres?
—Esto… No habréis
visto a Hera últimamente en las cercanías, ¿verdad?
La pregunta lo
puso tenso. Dariel debió notar el cambio de su expresión, porque lo miró con el
ceño fruncido.
—Estuvo aquí
anoche.
—Mmm… Eso explica
que haya acudido a mí en vez de ir directamente a por nuestro nuevo amigo…
—Aún no ha
aceptado, Lucifer.
—Pero ha accedido
a pensarlo y eso ya es algo.
Evar puso los ojos
en blanco. Como Lucifer no fuera al grano en cinco segundos colgaría y se
llevaría a Dariel a la habitación.
—Ve al grano.
—Uh… No estamos de
buen humor, ¿eh? —El gruñido de advertencia de Evar fue suficiente para que
Lucifer decidiera no poner a prueba su paciencia—. De acuerdo. Hera me ha hecho
una oferta sobre nuestro amigo y tengo que hablar contigo antes de decidir
nada.
Evar entrecerró
los ojos. No le gustaba nada cómo sonaba eso.
—¿Quieres que vaya
allí?
—Sí.
—¿Y qué pasa con
Dariel?
—Nicodemos le hará
compañía. Te espero en mi despacho —y sin más, colgó.
Evar guardó el
teléfono y soltó una retahíla de blasfemias en la lengua de los Nefilim, una
extraña mezcla entre hebreo y griego, mientras se quitaba su camiseta rota y
hacía aparecer una nueva de color negro para ponérsela.
—¿Qué ocurre?
—preguntó Dariel, claramente inquieto.
—Tengo que ir al
infierno.
Dariel se
sobresaltó.
—¿Pasa algo malo?
—Hera quiere hacer
un trato con Lucifer. Quiere que te entregue.
El semidiós abrió
los ojos como platos y retrocedió un paso. Evar hizo amago de ir hacia él, pero
se contuvo en el último momento.
—No voy a dejar
que te entregue, Dariel.
—¿Y por qué
deberías hacer eso?
—Porque los
Nefilim no echamos a los lobos a alguien que no tiene ninguna oportunidad de
sobrevivir ante su adversario. La lucha debe ser justa y en igualdad de
condiciones. Sin engaños, cara a cara. Si Lucifer te entrega a Hera, acabarás
muerto.
—¿Qué te hace
pensar eso?
—Que por muy
semidiós que seas no puedes enfrentarte a tu madrastra y a todos sus hijos y
séquito. Te matarían antes de que supieras por dónde te están golpeando.
Dariel apretó los
labios y cerró los puños. Era obvio que su comentario no le había hecho gracia,
pero era la verdad y quería dejárselo claro.
—¿Y qué piensas
hacer?
—Convenceré a
Lucifer. En cuanto venga Nico…
En ese instante,
el timbre sonó.
Evar miró a Dariel
y le hizo un gesto para que se quedara donde estaba mientras él se dirigía a la
entrada. Un olor familiar se filtró por sus fosas nasales. Abrió la puerta
confiado y un hombre de su misma altura y complexión musculosa apareció con una
bandeja que contenía una masa rectangular blanca amarillenta y roja intensa.
—Hola, Nico.
—Evar —lo saludó
con una ancha sonrisa antes de pasar. Nico fue directamente a buscar a Dariel.
Evar no se molestó en detenerlo; conocía a Nico desde que era un adolescente y
sabía que a pesar de sus seis mil años seguía comportándose con el mismo
carácter impulsivo e hiperactivo de cuando era un niño.
Por otro lado,
Dariel contempló al recién llegado con curiosidad. Iba bien vestido; con una
camisa negra bajo una americana gris pálida que hacía juego con sus pantalones
largos. Tenía la piel clara y unos rasgos agradables a primera vista,
enmarcados por el cabello castaño claro que le rozaba los hombros y resaltaba
sus ojos color lavanda. Era unos pocos centímetros más alto que él y tenía la
misma complexión musculosa de Evar, aunque no poseía unas espaldas tan anchas y
la curva de su cintura era un poco más pronunciada.
Este le dedicó una
sonrisa amable y le tendió la bandeja que llevaba en las manos.
—Mucho gusto en
conocerte. Me llamo Nicodemos Vasilias, pero todos me llaman Nico. He traído
tarta de queso con arándanos, espero que no seas alérgico a la lactosa.
Dariel tenía la
vaga impresión de que Nico también era un Nefilim, pero le cayó bien al
instante. El demonio se quitó la americana con una elegancia innata y la dejó
caer sobre el respaldo del sofá.
—Dariel Bellow —se
presentó—. Gracias por la tarta.
—Es lo que suelen
hacer los humanos, ¿verdad?, traer comida cuando se les invita a pasar —dicho
esto, se volvió hacia Evar. Su sonrisa había desaparecido y estaba muy serio—.
Ve al infierno y convence a Lucifer de que no acepte ese trato, Evar.
Dariel se
sobresaltó ante ese comentario, sin comprender qué interés podía tener Nico en
que el Diablo no lo entregara.
Evar también
pareció interesado.
—¿No estás de
acuerdo?
—No me fío de
Hera. Ni de ella ni de ningún dios que quiera hacer tratos con Lucifer. Todo el
mundo intenta aprovecharse de su odio hacia Dios para conseguir lo que quieren
y después dejarlo tirado. Ningún dios le toma en serio y lo sabes. Hera no será
una excepción.
Evar asintió y se
acercó un poco más a Nico y Dariel.
—Le convenceré de
que no acepte. De todas maneras, pensaba hacerlo aunque no me lo pidieras.
Nico alzó una ceja
y miró a Dariel de arriba abajo.
—Vaya, vaya. Debes
de haberle caído muy bien como para que se haya encariñado contigo tan rápido.
Dariel no pudo
evitar sonrojarse. Lo que había pasado entre Evar y él había sido… ¿Cómo
describirlo? Siempre había querido evitar situaciones como esa, tanto con
hombres como con mujeres. No quería saber nada del sexo, al menos, no hasta
ahora. Hasta que Evar le había demostrado lo que podía ser.
En esos momentos,
Dariel tenía la mente más clara y recordaba los motivos por los que no debería
ceder a ese incomprensible deseo. Y aun así, cada vez que miraba a Evar, sus
entrañas ardían por la excitación y la curiosidad de saber cómo se habría
sentido si hubiesen seguido hasta el final.
Evar llamó la
atención de Nico y, con ella, la del propio Dariel.
—Me marcho.
Encárgate de Dariel mientras tanto. Y estate atento. Que Hera le haya ofrecido
un trato a Lucifer no significa que no vaya a intentar atacarle.
Nico le lanzó una
sonrisa arrogante.
—Oye, que sea el
más joven no significa que no pueda cargarme a un par de dioses. Sobre todo si
son griegos —dijo con un bufido—. Los mayas y los aztecas sí que saben dar
guerra de verdad.
Evar puso los ojos
en blanco y miró a Dariel.
—Ten los ojos bien
abiertos.
Dariel asintió
bruscamente. La aparente y genuina preocupación de Evar por él le gustaba más de
lo debido, y se sintió irritado por ello. Conocía a Evar desde hacía dos días y
tenía la sensación de que todo empezaba a girar en torno a él. Y no le gustaba.
Evar desapareció
con un fogonazo de luz. Dariel no estaba seguro de qué hacer ahora con Nico,
pero fue este quien marcó la conversación.
—Bueno, ¿por qué
no hacemos algo típicamente humano que te guste? Dime, ¿qué haces para pasar el
rato?
Dariel se quedó un
tanto parado, pero al final logró responder.
—Esto… Me gusta grabar
y cocinar…
—¿Cocinar? —Los
ojos lavanda de Nico brillaron al oír esa palabra—. No me importaría que me
enseñaras un poco.
Dariel sonrió. No
tardaron en ponerse manos a la obra en la cocina, al igual que a Dariel no le
costó en absoluto llevarse bien con Nico. Era abierto y afable, con un sentido
del humor muy curioso, y hablador por los codos.
—Nico, ¿tú también
eres un Nefilim?
—Sí, y muy
orgulloso de serlo —respondió sacando pecho.
Dariel ladeó la
cabeza.
—No lo pareces.
Nico soltó un
bufido.
—Que no te engañe
la actitud de tío duro de Evar. Los Nefilim podemos ser tan sensibles como
cualquier humano. La diferencia es que a nosotros nos cuesta demostrarlo…
además de que tenemos una forma particular de mostrar afecto.
—¿En serio?
—Sí. Pero creo que
tú ya te has dado cuenta de eso —comentó Nico con una sonrisilla y alzando las
cejas.
Dariel se hizo el
loco.
—No sé de qué me
hablas.
—Acabo de decirte
que soy un Nefilim, y huelo el deseo de Evar hacia ti de la misma forma que
huelo el tuyo hacia él. Si no he dicho nada ha sido simplemente para evitar un
momento incómodo.
Dariel bajó la
vista, notando cómo un sonrojo cubría todo su rostro.
—Eso es un
inconveniente.
—No te preocupes,
no es la primera vez que Evar pasa por esto. Se puede soportar.
Esas palabras
llamaron la atención de Dariel.
—Espera, creía que
los Nefilim no teníais relaciones sexuales.
—Y no solemos
tenerlas. Aparte de ti, Evar solamente tuvo interés en otra persona.
—¿Quién era?
Nico alzó entonces
la vista hacia él. Dariel retrocedió al ver que sus ojos tenían un brillo
peligroso.
—Se llamaba Arlet.
Era un ángel.
Esta vez, él no
pudo hacer otra cosa que sobresaltarse. ¿Cómo era posible? Estaba claro que Evar
odiaba a los ángeles, sobre todo después de que asesinaran a toda su familia.
—¿Pero cómo…?
—Evar tampoco lo
comprendía. Pero sucedió, y la primera vez que sentimos el deseo sexual es
demasiado fuerte como para controlarnos. Evar no pudo hacer nada por evitarlo.
Dariel tragó
saliva.
—¿La violó?
—No, Arlet se
entregó a él. Ninguno de los dos quería llegar a eso, pero… No pudieron hacer
nada por evitar que sucediera.
Había algo en la
forma de hablar de Nico que no le gustaba nada.
—¿Qué ocurrió?
—Se enamoraron… Y
después, ella le traicionó. —Antes de que Dariel pudiera decir nada, Nico se lo
explicó—. Ella lo llevó al Cielo, donde un montón de ángeles lo esperaban para
matarlo.
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